Las etiquetas que distorsionan el autoconcepto y dañan la autoestima

“Educar no es tanto enseñar sino facilitar que el otro encuentre en ti lo que necesita aprender” Leticia Garcés Larrea

Quien ha experimentado la maternidad o paternidad estará conmigo en que, pese a que la experiencia es maravillosa, supone un desgaste físico y psíquico continuo, la convivencia está llena de compromisos y responsabilidades, antes que uno están otros y la cabeza se llena de ocupaciones, también de preocupaciones.

La convivencia familiar requiere de mucha coordinación, cada progenitor tiene que cumplir con sus propias funciones y tener en cuenta a los demás antes de tomar decisiones, también hay que tener muy claras las prioridades y desde luego que los hijos e hijas no deberían de ocupar el puesto número uno porque es ahí cuando los pilares que sostienen la familia se pueden desmoronar.

Los pilares que sostienen la familia se pueden desmoronar

A mí me gusta recalcar “la importancia de que la primera persona en tu vida seas tú mismo” de los hábitos saludables que lleves a cabo, de los cuidados de calidad y atenciones que tengas contigo mismo surgirá la energía para cuidar a los demás y lo cierto es que por lo menos los primeros años te necesitan y mucho. La segunda persona que considero que tiene que ser una prioridad en tu vida es aquella que has elegido para empezar un proyecto de vida, aun cuando las parejas se han separado sentimentalmente, si tienen hijos e hijas en común, están obligados a entenderse porque siguen siendo una familia, pero de padres separados. Y sobre esta base, buena o la mejor posible, podemos empezar a mirar por nuestra prole. Siempre se dice que los padres somos el espejo donde nuestros hijos se miran, así que lo que vean en nosotros será aquello que aprendan como bueno hasta que tengan madurez emocional suficiente como para tener su propio criterio y tomar sus propias decisiones.

Y, ¿qué pasa si el orden de estas prioridades se cambia, los hijos arriba y la pareja abajo? Pues que el día a día se hace agotador, el optimismo es una utopía, las emociones positivas brillan por su ausencia, la queja se agarra a nuestra lengua y el pensamiento pesimismo nubla la menta. El rol de educador y cuidador de los adultos pesa cada vez más y muchas de nuestras palabras empiezan a surgir de las emociones desagradables que tendemos a sentir. Si nuestras decisiones, actuaciones y reacciones están condicionadas por cómo nos sentimos, sería fantástico que la hormona de la felicidad, la oxitocina, siempre estuviera corriendo por nuestras venas, pero no es así por la sencilla razón de que existen más palabras para nombrar emociones negativas que positivas y porque la tendencia del ser humano es a sentirse mal si no lleva a cabo acciones concretas que le permitan generar bienestar emocional. Por lo tanto, educarnos en habilidades sociales y competencias emocionales para tener el hábito de sentirnos bien es un todo un reto.

Los párrafos anteriores tenían una función, prepararnos para reflexionar sobre la importancia que tienen no solo nuestras palabras sino las emociones desde donde parten y el impacto emocional que tienen sobre nuestros hijos e hijas. Las etiquetas que ponemos pueden llegar a distorsionar el autoconcepto de nuestros hijos y dañar su autoestima. Las etiquetas son las palabras que usamos para describir la conducta de un menor según como nos hemos sentido con su conducta, si no nos gusta que nos desobedezcan les llamaremos “cabezón” y si nos encanta que se porten bien les llamaremos “buenas”, también en las etiquetas el lenguaje de genero tiene un gran impacto, porque para describir la misma conducta en ellos es posible que la veamos como positivo, ser “líder” y en ellas como negativo, ser “mandona”.

¿Qué propongo? Que los adultos que tienen a su cargo la responsabilidad de favorecer el desarrollo emocional de un menor, entrenen primero las competencias emocionales que les permitan practicar las competencias parentales suficientes como para que la convivencia familiar sea un lugar donde podamos crecer como personas íntegramente, libres de etiquetas.

Leticia Garcés Larrea. Pedagoga (www.padresformados.es)

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Leticia Garcés Larrea

Pedagoga por la Universidad de Navarra (2009). Integradora Social (2002). Postgrado en Educación Emocional y Bienestar en la Universidad de Barcelona (2016). Máster en Inteligencia Emocional (2017) y estudios de Neuroeducación (2018) en la UNED de Madrid. Psicología Positiva en el Instituto Europeo de Psicología Positiva (2019). Diplomado de Educación Emocional, Liderazgo y Bases del Coaching para el Desarrollo Integral en la Fundación Liderazgo Chile (2022).
En 2010 fundó el centro de orientación familiar Padres Formados, desde donde asesora a familias en crianza positiva e imparte formación a familias y profesionales en temas relacionados con la Educación Emocional y la Parentalidad Positiva, tanto presencial como online, a nivel nacional e internacional (Colombia y México entre otros países). También organiza eventos de Educación Emocional desde 2012 en Navarra (España).
Ha sido profesora en la Escuela de Inteligencia Emocional de la UNED Vitoria-Gasteiz, también en UNED TUDELA y profesora en el «Experto Universitario en Inteligencia Emocional » de la UNIR (La Universidad Internacional de La Rioja). Vivió y trabajó en centros de menores en Guatemala y coordinó proyectos de cooperación y educación (2002-2007). Es coautora de los cuentos y del disco “Emociónate” (2014), autora del libro “Padres Formados, hijos educados” (2017), de la guía descargable “Educar sin miedo” (2018) y del cuento «Dragombolo saca el bolo» (2020) para la gestión de la frustración.También es impulsora la campaña de sensibilización «Educar sin Miedo»