Sabemos que, en la última década sobre todo desde la pandemia por Covid-19, el número de suicidios en adolescentes ha ido aumentando, necesitamos un plan nacional de prevención de suicidio que no tenemos porque no existe una única causa que lleve a un adolescente a plantearse el suicidio como una forma de terminar con el dolor, al tratarse de múltiples causas necesitamos abordarlo desde distintas áreas profesionales, estando la escuela y la familia lo mejor coordinada posible.
La familia acompaña muchos momentos de vulnerabilidad para el niño, la adaptación a la escuela infantil, el inicio del colegio, la socialización y convivencia en un parque y diferentes situaciones que generan inseguridad y frustración, saber cómo acompañar estos momentos es vital.
Y ¿porque se sienten nuestros adolescentes cada vez más solos?
Una de las razones sería, porque carecemos de una educación emocional que nos permita hacer frente a situaciones de rechazo, baja autoestima o problemas de convivencia. ¿Cómo hacer frente a complejos en la adolescencia si desde niños se nos ha dicho frases como “no pasa nada” cuando algo nos ha hecho sentir mal? Las competencias emocionales fortalecen el carácter y muchos carecen de experiencias de seguridad suficientes desde la infancia y eso hace que en la adolescencia no sepan dónde buscar ayuda. Querer educar lo mejor posible está bien, es un buen inicio, pero para hacerlo con respaldo científico hay que actualizar los conocimientos que tenemos sobre la crianza.
¿Qué peligros supone esta soledad? (Más síntomas de ansiedad, depresión, ideación suicida…)
La soledad es tan preocupante que en 2021 se estableció el Ministerio de Soledad y Aislamiento en Japón. A veces cuando citamos otros países lo vemos lejano, como si no nos fuera a afectar a nosotros, pero lo que sabemos es que cerca de 300 millones de personas padecen depresión en todo el mundo, en Europa, de las 60.000 personas que mueren por suicidio consumado cada año, más de la mitad estaban deprimidas y en España, el suicido es la causa externa más frecuente de muerte por encima de los accidentes de tráfico, la segunda entre jóvenes de 15 a 29 años.
¿Qué quiere decir esto? Que necesitamos intervenir urgentemente, pero siendo conscientes de que en muchos casos vamos a llegar tarde inevitablemente por eso es tan importante que la prevención se lleve un mayor porcentaje de atención. Mayor espacio para la educación emocional en nuestras aulas hace posible que las competencias emocionales mejoren de forma natural y transversal y esto favorece las relaciones sociales fortaleciendo los vínculos afectivos. Es más difícil que una persona bien conectada con su entorno, bien afianzada y con lazos fuertes a su alrededor se sienta sola durante mucho tiempo porque si estás bien acompañada, siempre alguien da la voz de alarma. Lo sano es que estar solos sea una elección para estar conectados con nosotros mismos, no estar solos por no tener un entorno rico o no saber cuidar las relaciones para esto la inteligencia emocional es fundamental. Conviene recordar que el Ministerio de Sanidad promueve la Línea 024 de atención a la conducta suicida.
¿Qué signos de alarma deberíamos contemplar los padres?
Generalmente un signo de alarma significativo es un cambio drástico, cuando un padre dice algo como “no reconozco a mi hijo” podemos decir que algo pasa. Una cosa es que la entrada en la adolescencia genere cambios naturales, pasajeros, saludables, aunque por un tiempo nos distancie y surjan conflictos de convivencia y otra que haya un trauma oculto resurgiendo. Si hemos asentado buenas bases, el tsunami pasará y dejará si lo hemos acompañado bien, mejores relaciones y grandes aprendizajes, los conflictos de convivencia también te permite aprender de ti y de cómo relacionarte mejor con tu entorno. Sin duda, los conflictos que transformamos en oportunidades vitales nos permiten conocernos mejor. Pero otras veces suceden cambios que no podemos decir que sean por la adolescencia en sí, no parece que sean parte del desarrollo, más bien es como si hubieran estado encerrados en una caja y algo los haya detonado, son más bien el reflejo del trauma, el niño no se sentía seguro para mostrarlo pero el adolescente sí, por lo tanto, empieza a mandar mensajes de S.O.S de una manera diferente, contundente y drástica con bajas calificaciones, poca motivación académica, inicio en los consumos, participación en agresiones grupales, trastornos de la conducta alimentaria o mayor irritabilidad y mal humor entre otros.
¿Qué podríamos hacer para ayudarles a salir de este agujero?
Entre un adolescente y su figura de referencia principal existe un vínculo ya creado en la primera infancia, es como si fuera un cordón que nos une desde bebés, pero no nos ata. Al principio por nuestra vulnerabilidad y dependencia porque nuestra supervivencia depende de ello, estamos muy cerca de los padres, los necesitamos para todo, conforme vamos creciendo la cuerda de la autonomía crece y la distancia entre nosotros también. En la adolescencia la sensación de no necesitar a los padres es mayor, eso por un lado quiere decir que lo hemos hecho bien, tienen autonomía, no nos necesitan tanto, bravo, pero por otro lado, las características de su cerebro les lleva a no ver tantos riesgos, a no pensar en las consecuencias de sus acciones , a ser más reactivos y buscar el placer inmediato, por lo tanto, tendremos que seguir disponibles y cuando se equivoquen no les diremos “te lo dije, esto te pasa por no hacerme caso”, sino “hijo crecer supone tomar decisiones y equivocarse, estás aprendiendo” y mostrar nuestra disponibilidad.